Tomando prestado de la Carta a los Hebreos y de la teóloga y hermana de St. Joseph Elizabeth Johnson, podemos imaginar la comunión de los santos como un estadio gigante de personas, todas las cuales han corrido o están corriendo una gran carrera. A medida que cada uno de nosotros toma su turno en la línea de salida, nos anima el amor y el aliento de todos aquellos que conocen bien los desafíos que tenemos por delante y que se han quedado para acompañarnos y animarnos. “Se trata de ser inspirados por todos ellos, estecúmulo de testigos del Dios vivo,” escribe Johnson, citando Hebreos 12,1-2: “Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.”
Las referencias a la comunión de los santos en la fe católica se remontan al siglo IV. El término aparece en el Credo de los Apóstoles, que se cree que fue escrito en el siglo V. En las iglesias orientales significaba principalmente una comunión de “cosas santas”: nuestra participación en un solo bautismo y especialmente en la Eucaristía, que representa y produce nuestra unidad como un solo cuerpo de Cristo.
En Occidente, la comunión de los santos más comúnmente significa una comunión de “santos,” tanto los vivos como los muertos. Recuerde que en el Nuevo Testamento, “santos” significa no santos canonizados (un desarrollo mucho más tardío), sino todo el pueblo de Dios. Pablo comenzó una de sus cartas, “A todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos” (Fil. 1,1).
La comunión de los santos abarca no solo a todos los creyentes en Cristo, sino, según muchos estudiosos, a todos aquellos de la verdad y el amor, en quienes el Espíritu obra. Esto incluye a los que están en la tierra, los que todavía están en camino hacia Dios en el proceso de purificación que los católicos llaman purgatorio y los que ahora moran en Dios. La antigua terminología para estos tres estados era “la iglesia militante” en la tierra, “la iglesia sufriendo” en el purgatorio y “la iglesia triunfante” en el cielo. Juntos formamos la iglesia, el cuerpo de Cristo.
Lo mejor de la comunión de los santos es que nos conecta a todos, porque somos un solo cuerpo. Cuando celebramos la Eucaristía, rezamos con todos los que nos han precedido. Los vivos podemos orar por los muertos, “las almas del purgatorio,” que necesitan oraciones en su camino hacia Dios. La multitud en el cielo reza por el resto de nosotros, nos inspira con su ejemplo y permanece presente ante nosotros de maneras que no conocemos. “Pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra,” dijo Santa Teresa de Lisieux antes de su muerte.
De modo que estamos atados, de alguna manera maravillosa e inexplicable, a aquellos que nos han precedido. El padre Michael Himes, del Boston College, ha escrito que ser parte de una larga tradición nos libera de ser meras personas de nuestra época: podemos conversar con nuestros antepasados, con Mozart y Teresa de Ávila, Dante y Madame Curie, Euclid y Jane Austen. “En la tradición católica”, dice, “a esto lo llamamos la comunión de los santos.”
Este artículo apareció en la edición de diciembre de 2014 de la revista U.S. Catholic (Vol.79, No. 12, página 46).
Este artículo también está disponible en inglés.
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Imagen: Flickr cc a través del P. Lawrence Lew, O.P.
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