Mi amigo Juan es originario de Guatemala y su primer idioma no es el inglés. Recientemente, mencionó que en el desayuno tomó “cilindros de papa” con tocino y huevos. Al principio no tenía idea de qué estaba hablando. Pero me di cuenta de que estaba hablando de tater tots y que Juan los había descrito perfectamente: Los tater tots son literalmente cilindros de papa.
Éste es el desafío del lenguaje. La descripción de Juan era precisa, pero mi asociación con las palabras me impidió comprenderla. Creo que este es el mismo problema que tenemos los católicos con nuestra comprensión del Tiempo Ordinario. Cuando pensamos en la palabra ordinario, nuestras asociaciones naturales son palabras como típico, rutinario o incluso mundano. ¿Por qué la iglesia dedicaría una temporada entera a esto?
Lo “ordinario” en el Tiempo Ordinario no se refiere a una temporada de rutina aburrida sino más bien a la lista de números ordinales o secuenciales. Esto es lo que se entiende por Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, etc. (Curiosamente, no existe el Primer Domingo del Tiempo Ordinario, porque es reemplazado por la Fiesta del Bautismo del Señor). Más que hacer una declaración sobre grados de importancia, el término “Tiempo Ordinario” se refiere al orden de los domingos en el año eclesiástico que no caen en los principales tiempos litúrgicos de Adviento, Navidad, Cuaresma o Pascua.
El tiempo del Tiempo Ordinario consta de 33 o 34 semanas y se divide en dos partes. El Misal Romano – Tercera Edición instruye que el Tiempo Ordinario “comienza el lunes siguiente al domingo después del 6 de enero y continúa hasta el comienzo de la Cuaresma; comienza nuevamente el lunes después del domingo de Pentecostés y termina el sábado anterior al Primer Domingo de Adviento.” Antes de las reformas litúrgicas del Concilio Vaticano Segundo, estos períodos del Tiempo Ordinario se denominaban “el tiempo después de la Epifanía” y “el tiempo después de Pentecostés.” Aunque el Tiempo Ordinario se desarrolla en dos partes, todavía se considera una sola temporada.
Es fácil pensar erróneamente que el año litúrgico se trata de santificar el tiempo. La verdad, sin embargo, es que el año litúrgico se trata de crecer en la relación con Jesucristo. La riqueza del Tiempo Ordinario se encuentra en la oportunidad de conocer a Cristo más íntimamente en las realidades cotidianas de la vida. La Escritura proclamada en el Tiempo Ordinario revela la enseñanza, la curación y la misión de Cristo, permitiéndonos comprender mejor a Dios que se hizo humano. Aprendemos que Cristo es humildad más que orgullo, es vulnerabilidad más que poder. Aprendemos que Cristo incluyea los excluidos, come con los marginados sociales y religiosos y desmantela las estructuras de pecado e injusticia. Aprendemos que Cristo es amor, un amor abnegado que sólo es posible a través de una relación auténtica.
El Tiempo Ordinario es todo menos monótono. Estos son los días en los que nos convertimos en quienes estamos llamados a ser imitando la realidad vivida por Jesús.
Este artículo también aparece en la edición de julio de 2023 de U.S. Catholic (Vol. 88, No. 7, página 49).
Imagen: Unsplash/Mateus Campos Felipe
Este artículo también está disponible en inglés.
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