Honrando la fe católica de un líder rebelde de La Española

El 27 de septiembre reza con Enriquillo, un campeón del rosario cuyas oraciones aún resuenan hoy día.
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El mundo entero había colapsado. Vivió junto al mar, rodeado por antiguas tradiciones en una próspera comunidad de miles. Ahora, se encontraba huyendo entre la naturaleza montañosa, moviéndose con su pequeño grupo de un campamento de chozas de pasto a otro, tratando de adelantarse a los cazarrecompensas. Siempre estaba despierto hasta bien entrada la noche preocupado por las niñas y niños, sabiendo que en cualquier momento los perros de guerra podían descender sobre ellos. Cuando sí dormía, lo hacía con dos espadas a su lado.

Una estatua de Enriquillo en Santo Domingo, República Dominicana. Imagen: Wikimedia

Pero también tenía la Espada de Nuestra Señora. De día, su rosario colgaba del costado de la túnica que llevaba sobre su armadura. Por la noche rezaba, aferrándose a la única ancla sólida en el huracán que envolvía todo lo que conocía, enviando su voz a su Madre.

Oraba pidiendo protección de los grupos de guerra empeñados en destruir su mundo para siempre. Oraba por ánimo para afrontar, cada día, la posibilidad de que todo acabara. Y oraba por fuerza, para algo casi igual de difícil: fomentar la justicia y la armonía en la comunidad, la auténtica libertad del Evangelio. Que ella, cuyo corazón fue perforado por una espada, intercediera por él, que ahora era madre para su pueblo en la madre de todas las tierras.

Este era el mundo y la fe de Enriquillo, el líder taíno invicto que lideró una rebelión exitosa durante quince años en la isla de La Española tras colapso demográfico más terrible que el mundo haya conocido.

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Enriquillo, o Guarocuya en su lengua nativa taína, conocía bien las atrocidades de los conquistadores. Era del Reino de Xaragua, la mitad sur de lo que hoy es Haití. Personalmente experimentó y quedó marcado permanentemente por uno de los actos más atroces de la historia registrada. En 1503, los conquistadores invitaron a los líderes de Xaragua a una fiesta solo para prender fuego a la casa en donde estaban reunidos y matar a quienes se encontraban atrapados en el interior, incluido el padre de Enriquillo, quien en ese entonces tan solo tenía 5 años. Los conquistadores realzaron su colgando a la tía de Enriquillo, la gran reina Anacaona, en Santo Domingo poco tiempo después.

Este evento fue simplemente un acto más dentro de una larga tragedia. En el transcurso de un par de décadas, los españoles destruyeron cinco cacicazgos o reinos taínos y asesinaron a cientos de miles. En 1514, 22 años después de que Colón pisara La Española por primera vez, sólo quedaban 29.000 taínos, quienes fueron reducidos a la servidumbre.

En 1514, 22 años después de que Colón pisara La Española por primera vez, sólo quedaban 29.000 taínos, quienes fueron reducidos a la servidumbre.

Para 1519, Enriquillo no aguantó más. Convertido en cacique, nombre taíno para el jefe de la tribu, él y unos 30 seguidores escaparon a las montañas de Bahoruco en lo que hoy es la República Dominicana. Los bosques cubiertos de pinos y los matorrales desérticos de esta remota región del sur ocultaban su red de aldeas. Recolectaban plantas silvestres, criaban pollos con el pico cortado, cultivaban yuca y cazaban jabalíes que abundaban en la isla. Cuevas, como de las que los taínos decían que habían salido originalmente y que a menudo estaban decoradas con petroglifos, sirvieron como escondites para su grupo.

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Y así, los rebeldes empezaron a ganar. Derrotaron a los guerreros enviados para aprehenderlos y lograron interrumpir el comercio de oro, golpeando a la Colonia donde más le dolía. La comunidad de Enriquillo atrajo a otros refugiados taínos y fugitivos africanos del otro lado de la isla, como el rebelde Tamayo y sus seguidores.

Una reconstrucción de una aldea taína. Imagen: Wikimedia

El pueblo creció hasta incluir 300 rebeldes y las autoridades coloniales comenzaron a temer que el nuevo orden social de Enriquillo se apoderara de la isla. Estas batallas no son como las de otras partes de las Américas, informó un frustrado funcionario colonial, “porque aquí es una guerra con indígenas educados y criados entre nosotros, que conocen nuestras fuerzas y costumbres”.

Enriquillo utilizó armas españolas y, lo que es más importante, comprendió la doblez y la brutalidad de los conquistadores. Pero él rechazó estas herramientas. En lugar de torturar, violar y asesinar, Enriquillo practicó la misericordia.

Cuando su banda atrapó en una cueva a 72 guerreros de la Colonia, en lugar de quemarlos, Enriquillo tomó sus armas y los dejó ir. Su manera de abordar la guerra puso en práctica la teoría de la guerra justa en su máxima expresión: a veces la guerra es la única opción, pero debe hacerse de manera diferente y con misericordia. La misericordia de Enriquillo incluso dio a luz una vocación en un soldado enemigo que, tras ser liberado ingresó a un convento dominico.

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La misericordia de Enriquillo en el campo de batalla era un reflejo de su fe. Enriquillo se crió en un convento franciscano después del asesinato de su padre y allí interiorizó el Evangelio más profundamente que casi nadie en la isla. Las cruces adornaban las chozas de su pueblo escondido. Durante las negociaciones de paz, este cacique que rezaba el rosario, solicitó una campana e imágenes religiosas para la iglesia del pueblo. Y cuando el padre Bartolomé de las Casas, el célebre fraile dominico conocido como el defensor de los indios, visitó la aldea rebelde, pasó un mes bautizando bebés y ofreciendo misa.

En lugar de torturar, violar y asesinar, Enriquillo practicó la misericordia.

La fe práctica y sincera de Enriquillo desmentía la afirmación superficial del conquistador de que los saqueos que realizaban eran de alguna manera una cruzada religiosa. En su momento más ingenuo, los conquistadores admitieron lo que hizo Francisco Pizarro. Cuando un sacerdote les dijo que Pizarro estaba allí para evangelizar a los indios, ellos respondieron que “no había venido por ninguna de esas razones; había venido de México para quitarles el oro”. No fue así con Enriquillo y su fe.

Reina Anacaona. Imagen: Wikimedia

Incluso hoy, las montañas de Quisqueya – “Madre de todas las tierras” en la lengua taína – vibran con una presencia espiritual como en ningún otro lugar de la Tierra. Primero uno siente el vacío dejado por un mundo perdido. Pero, poco a poco, uno aprende que ese “mundo perdido” todavía está allí, tanto en la vida de los descendientes de los habitantes originales, como en la oscuridad de la noche.

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Los rebeldes sintieron ese mundo. Contaron historias de los viejos tiempos a los niños y tal vez cantaron algunos areítos, canciones ceremoniales épicas que unificaron las formas de vida y las formas de conocimiento de los taínos. Y después de que los aldeanos se durmieran, uno por uno, Enriquillo se habría quedado despierto murmurando Avemarías mientras se comunicaba con los espíritus de los ancestros.

El gobierno colonial no pudo derrotar a Enriquillo. Cedieron ante sus demandas y en 1534 él y un séquito de 20 hombres viajaron a Santo Domingo. En el lugar donde la reina Anacaona había sido ahorcada 30 años antes, ahora todo el pueblo se asomaba a vislumbrar al invicto Cacique Guarocuya, sin duda armado con la Espada de Nuestra Señora a su lado.

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Es fácil idealizar figuras revolucionarias que no viven para hacer el arduo trabajo de construir una nueva sociedad. Enriquillo puede que sea la excepción.

Aunque Enriquillo murió solo un año después, su espíritu sigue vivo. Monumentos, como el dedicado en Azua en 2010, salpican las ciudades de República Dominicana. Revolucionarios haitianos optaron por nombrar a su nueva nación con el nombre taíno Ayiti (“flor de la tierra alta”) para recordar el legado de Enriquillo y el resto de los habitantes originales de la isla.

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Las Caritas es una colección de inscripciones indígenas en una formación rocosa que mira hacia el lago Enriquillo en la República Dominicana. El lugar también se llama el Trono de Enriquillo porque se dice que Enriquillo solía acampar aquí durante su rebelión. Imagen: Wikimedia

El sonero dominicano Victor Waill y La Orquesta Sabotaje capturaron este espíritu de auténtica libertad en su canción de 1973 “Enriquillo”: “En la memoria de nosotros siempre estarás. . . así lograste, lo que deseaste, que tus hermanos vivieran con paz y amor”.

Es fácil idealizar figuras revolucionarias que no viven para hacer el arduo trabajo de construir una nueva sociedad. Enriquillo puede que sea la excepción. Tuvo un historial de 15 años de fe pública y de cultivar un orden social inspirado en los principios de lo que llegó a conocerse como la enseñanza social católica. No es una reliquia, sino un padre fundador espiritual, que tanto haitianos como dominicanos invocan como una nueva fuente de poder unificador para una isla marcada por demasiadas tragedias para contar. Y un padre fundador espiritual para todos los norteamericanos y sudamericanos mientras trabajamos para superar las divisiones que persisten y que se remontan a la Conquista y la esclavitud.

Este año, saca tu rosario para honrar a Enriquillo. El 27 de septiembre es el Día del Héroe de Bahoruco en República Dominicana. Reza el rosario y sube la voz con Enriquillo, campeón del rosario y la libertad auténtica, cuya oración aún resuena en la oscuridad quisqueyana.

Enriquillo, que vivas por siempre en nuestra memoria y que nosotros también podamos ganar lo que tanto deseabas.


Este artículo también está disponible en francés y inglés.

Imagen: Unspash

About the author

Damian Costello

Damian Costello is the author of Black Elk: Colonialism and Lakota Catholicism (Orbis Books). He is director of post-graduate studies at NAIITS: An Indigenous Learning Community and the American co-chair of the Indigenous Catholic Research Fellowship (ICRF).

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